domingo, 18 de diciembre de 2011

China es capitalista


Por Rolando Astarita
En algunos comentarios se ha suscitado la pregunta de si podemos considerar a China un país capitalista en la actualidad. Mi respuesta es que sí, que estamos frente a un sistema capitalista. Si bien se trata de una economía en transición, y existen muchas formas intermedias, la clave es que de conjunto la economía está sometida a la ley del valor, y que la propiedad capitalista se desarrolla cada vez más libremente. Empiezo repasando brevemente el recorrido de las reformas implementadas desde fines de la década de 1970, para presentar luego algunos datos que apuntalan la idea de que la sociedad china hoy es capitalista.
Un inicio “bujarinista”
Las reformas económicas implementadas por el Partido Comunista empezaron en diciembre de 1978 (Mao había muerto en 1976), y se fueron extendiendo y prolongando, siempre en dirección al capitalismo. Al comienzo solo afectaron al campo, y consistieron en permitir a los campesinos vender la producción de sus lotes privados en los mercados. Luego se pasó al llamado “sistema de responsabilidad”, por el cual se entregaba a cada unidad familiar una cierta porción de la tierra colectiva destinada al cultivo de trigo, arroz y productos similares. Los campesinos podían vender, al Estado o en el mercado libre, todo lo que produjeran por encima de ciertos mínimos. De manera que el proceso chino de reforma comenzó como una reedición de la política que se había aplicado en la Rusia soviética a mediados de la década del 20, bajo inspiración de Nicolás Bujarin (cuya obra fue traducida y estudiada en China en los 80). La meta de Bujarin no era volver al capitalismo, sino dar lugar a estímulos de mercado, a fin de aumentar el interés de los campesinos y elevar la productividad. Es que la Revolución de 1917 había entregado la tierra a los campesinos (aunque la propiedad formalmente era del Estado), Rusia se había convertido en un país incluso más “pequeño burgués” que antes de la subida al poder de los bolcheviques, y los campesinos se resistían a avanzar hacia formas colectivas de producción. Por eso Bujarin pensaba que la única forma de aumentar la productividad agrícola -indispensable para abaratar los costos de los insumos para la débil industria soviética- era permitiendo que los campesinos obtuvieran beneficios de sus explotaciones (véase por ejemplo Cohen, 1973). En algún punto, incluso, se atribuyó a Bujarin el haber lanzado el slogan “campesinos enriqueceos”. Por esta vía se estaba dando lugar a las condiciones para una acumulación capitalista. De hecho, en vísperas de la colectivización (realizada a fines de la década), había comenzado a aparecer el trabajo asalariado y una creciente diferenciación social en el agro ruso.

Pues bien, lo que en Rusia fue interrumpido por la colectivización, en China fue continuado y extendido con medidas cada vez más abiertamente favorables al mercado y al capitalismo. Es posible que la crisis económica de fines de los 70 haya creado las bases para que las reformas fueran aceptadas casi sin resistencia. El régimen maoísta había fracasado en su intento de forzar la marcha hacia una economía socialista (el llamado “Gran Salto Adelante”, de los 50) y luego el país había sufrido grandes convulsiones en los 60, cuando la Revolución Cultural. Muchos estudiosos sostienen que el régimen había entrado en un impasse; lo cierto es que las fuerzas de izquierda a fines de la década de 1970 estaban en retroceso y debilitadas, y la reforma se impuso. Además de continuar y profundizar las reformas en el campo, en los 80 la dirección china dispuso que todas empresas debían ser responsables por sus beneficios y pérdidas, y que debían cerrar las que no fueran rentables. También, y más significativo, se establecieron las zonas económicas especiales para que se instalaran empresas extranjeras. En esas zonas las empresas gozaban de fuertes beneficios fiscales, facilidades para enviar beneficios al exterior, y podían explotar mano de obra barata. Y por esos años se comenzó a desarmar la seguridad social. Hasta ese momento las comunas campesinas o las empresas estatales asumían la responsabilidad por los gastos sociales de los trabajadores. No solo aseguraban el trabajo, sino también mantenían guarderías escolares y escuelas, centros para la atención de la salud, garantizaban las pensiones para la jubilación (aunque no en el campo), pagaban los seguros por desempleo, se hacían cargo de los entierros y ayudaban a las viudas o huérfanos. Este sistema comenzó a desmantelarse, y en 1986 se abolió la práctica de garantizar el trabajo de por vida. Sin embargo, es en los 90, luego de la represión del levantamiento de Tienanmen, que se desarrolló la abierta y rápida privatización de empresas del Estado. Desde 1995 hasta 2005 el número de empresas estatales bajó de 118.000 a 50.000. El número de trabajadores empleados por el Estado pasó de 145 millones (el 80% del empleo urbano) a 75 millones (el 30% del empleo urbano). Entre el 80 y 90% de los despedidos del sector estatal entraron al sector privado, o se establecieron por su cuenta.
Una estructura capitalista
Naturalmente, dada la magnitud de los cambios operados, todavía existen en China muchas formas de propiedad que están a medio camino entre la propiedad estatal y la propiedad capitalista plena. Siguiendo aThe Economist (véase bibliografía), al día de hoy se pueden distinguir algunos tipos básicos de empresas. Por empezar, están los sectores considerados claves, como banca, energía y teléfonos, en los que el Estado ha retenido la propiedad de las empresas; aunque en algunos casos ha vendido parte de los paquetes accionarios a inversores privados. Son ejemplos las empresas China Construction Bank; China Mobile y China Unicom (telefónicas) y China National Petroleum Corp. Un segundo grupo está conformado por los emprendimientos en común entre capitalistas privados, mayormente extranjeros, y entidades respaldadas por el Estado. Son usuales en ramas importantes, como fabricación de automóviles, logística y agricultura. Las empresas extranjeras aportan tecnología y la parte estatal garantiza el acceso al mercado chino. Ejemplos: Shanghai Volkswagen; Xian-Janssen (biomédica); Denghai (agricultura); DHL-Sinotrans (logística); Ameco (manufactura). En tercer lugar, están las empresas de propiedad privada, aunque con fuertes controles estatales y muy relacionadas con el aparato gubernamental. Ejemplos: BYD; Geely; Chery (automóviles); Goldwind (energía); Huawei (telefónica). Asimismo, está el grupo de empresas que son alimentadas por las inversiones de gobiernos locales; a veces también por capitales que pertenecen a los municipios, y a veces por fondos privados. En este sentido existe una amplia variedad de grados de incidencia e involucramiento estatal, y los límites no siempre están bien definidos. Muchas de estas empresas están dedicadas a la construcción pública. Ejemplos: Shangai Environment Group; Nanhai Development (protección ambiental); Digital China (servicios en tecnología informática); China WLCSP (tecnología en chip).
A pesar de estas muchas formas intermedias, lo central es que hoy domina la relación de explotación capitalista. Incluso las empresas estatales se someten cada vez más a la lógica del mercado y la ganancia (aunque hay matices importantes en sectores), y rigen las leyes de la competencia capitalista. Significativamente, más de las dos terceras partes de los trabajadores son asalariados en el sector privado. En 2004, el empleo en el sector privado representaba las dos terceras partes del empleo urbano total, aunque solo un tercio del empleo formal.
También en el agro se está socavando la propiedad colectiva de la tierra. Es importante tener presente que en China prevalece la pequeña explotación campesina; hay unos 800 millones de campesinos, y el promedio de tierra cultivada por hogar sería de 0,33 hectáreas (Hu Jing, 2008). Muchos de estos campesinos ven amenazadas sus tenencias. Según denuncias de organismos de ayuda internacional, en los últimos años unos 40 millones de campesinos perdieron sus lotes por tomas compulsivas del gobierno, destinadas a satisfacer las demandas de desarrollo urbano. Esto es favorecido porque existe mucha ambigüedad en la definición de los derechos de la propiedad de la tierra en las ciudades, como así también de la propiedad colectiva de la tierra rural. En muchos casos, los burócratas se aprovechan de estos vacíos para apropiarse de terrenos pagando poco, y desarrollar proyectos urbanos de alto valor inmobiliario, o explotaciones agrícolas. Las estadísticas oficiales dicen que entre 1995 y 2002 hubo cerca de un millón de casos de ocupación ilegal de tierras y transacciones, que comprendían 189.000 hectáreas (Lin y Ho, 2005). Lo cual se ha convertido en una de las principales fuentes de corrupción y descontento social. “El Estado ha introducido constantemente cambios institucionales, incluidas repetidas enmiendas a la Constitución, para acomodarse a los intereses del capital privado” (ídem). “Las tendencias emergentes de polarización espacial, y particularmente de clases, fueron el resultado de la mercantilización del trabajo, la tierra y el capital, enraizada y permitida por una alianza emergente entre el capital doméstico e internacional, y la elite burocrática local” (Kwan Lee y Selden, 2007).
La naturaleza capitalista de China también se pone en evidencia en su relación con el capital internacional. Al finalizar el primer trimestre de 2010 China tenía inversiones directas en el exterior por 317.400 millones de dólares e inversiones en carteras por 263.500 millones. La inversión extranjera directa en China era de 1,526 billones de dólares, y la inversión en carteras de 223.100 millones (State Admnistration of Foreign Exchange, SAFE.gov. cn). En 2010 las empresas chinas cerraron 4251 tratados de fusiones y adquisiciones, tanto en el exterior como en el interior, lo que representó un 16% de aumento con respecto a 2009. El total de las transacciones representó un valor de unos 200.000 millones de dólares, un 29% más que en 2009. En términos de las inversiones externas, en 2010 las empresas chinas cerraron 188 tratos de adquisiciones y fusiones, lo que representa un 30% de aumento con respecto al año anterior, y constituye un récord histórico. El total de las transacciones totalizaron 39.000 millones de dólares, contra 30.000 millones en 2009. La Unión Europea, Australia, África y Asia son los principales destinos del capital chino. Pero también EEUU. En 2010 se concretaron 32 acuerdos de fusiones y adquisiciones; en 2009 fueron 21 (Market Watch, The Wall Street Journal, 18/01/11). Se estima que la actividad de fusiones y adquisiciones continuó fuerte en 2011.
Consecuencias sociales
A la vista de lo anterior, no es de extrañar que en China hayan aparecido los males típicos de todo modo de producción capitalista, empezando por la desocupación. El desempleo emergió en la década de 1980, pero pasó a primer plano en la siguiente, cuando fueron despedidos millones de trabajadores de las empresas estatales que cerraban. La tasa oficial de desocupación subió del 2,9% en 1995 a 4,2% en 2005; y a 6,1% en 2010. Sin embargo, la cifra real sería mayor. Por empezar, porque muchos de los trabajadores que fueron despedidos de las empresas estatales no son reconocidos como desempleados. Las estadísticas tampoco cuentan a los trabajadores que figuran como empleados en granjas, pero han migrado a las ciudades y están buscando trabajo en éstas; ni a graduados de secundaria o universidades que hayan dejado el colegio hace menos de seis meses. Por eso, si se emplearan estándares internacionales para medir el desempleo, el mismo habría sido, en 2002, del 7,3%; el desempleo en áreas urbanas entre residentes permanentes ese año se habría elevado al 11,1% (Vodopivec y Hahn Tong, 2008). Si bien en 1999 se estableció un sistema de seguro universal urbano por desempleo, el mismo no se cumple en buena medida para los trabajadores del sector privado (Rutte, 2010).
También como resultado de la dinámica del capital se acrecentaron las desigualdades sociales. En los años 70 el Banco Mundial estimaba que el coeficiente Gini en China era 0,33 (más alto el coeficiente significa mayor desigualdad). En 2002 se ubicaba en 0,45 (Li y Luo, 2008). Según la Academia de Ciencias Sociales de China, en 2005 había alcanzado 0,496. Sin embargo la OCDE, utilizando otras estimaciones, sostuvo que en 2005 era 0,45 y que en 2007 había bajado a 0,408 (The Wall Street Journal, 3/02/10). En cualquier caso, estamos ante una diferencia de los ingresos mayor que la existente en los países capitalistas avanzados. Otros datos son reveladores, siempre en el mismo sentido. De acuerdo con Su Hainan, director del Instituto de Estudios del Trabajo y Salarios, del Ministerio de Recursos Humanos y Seguridad Social de China, los ingresos de los residentes urbanos son 3,3 veces superiores a los ingresos de los residentes en el campo; los ingresos de los empleados en la industria con salarios más altos son 15 veces superiores a los que tienen ingresos más bajos; los ingresos de los principales directivos de las empresas estatales son 18 veces superiores a los de sus empleados; y en promedio los ingresos de los funcionarios más altos son 128 veces más altos que el salario promedio del país. Li Shi, director del Centro de Investigación sobre Distribución del Ingreso y Pobreza, de la Universidad Normal de Beijing, dice que la diferencia de ingreso entre el 10% más rico y el 10% más pobre era de 23 veces en 2007, contra 7,3 veces en 1988 (Global Times, 10/05/10). Según la lista Hurun, que registra los ricos, en 2011 hay 271 súper millonarios chinos; esto es, gente con más de mil millones de dólares en riqueza. Es el segundo país del mundo, sólo detrás de EEUU (que tiene 400). De acuerdo a Forbes, los súper millonarios chinos serían 115 (y 413 en EEUU). Por otra parte, y según algunos estudios recientes, el uno por ciento de la población controla el 70% de la riqueza; el 80% de la población se considera pobre o de ingresos medios y bajos; de este grupo, el 44% está en la pobreza (School of Social Welfare, University of California, Berkeley). Además, hay amplios sectores en situaciones desesperantes; en particular los ancianos de las zonas rurales sin hijos; y los niños huérfanos, discapacitados o abandonados de las ciudades, que se estiman en varios cientos de miles (Rutten, 2010).
En lo que respecta a las condiciones laborales, son las típicas de cualquier país capitalista en que la acumulación se asiente en una altísima explotación del trabajo. Los salarios son bajos; jornadas de trabajo muy extensas; y hay escasos derechos sociales y sindicales. El caso de Foxconn, la empresa de origen taiwanés que es la mayor empleadora privada de mano de obra en China, es paradigmático. En 2010 los trabajadores de sus plantas en China, recién ingresados, recibían el salario mínimo de 130 dólares, más alojamiento y comida. Aun siendo tan bajos los salarios, era más de lo que se pagaba en promedio en el resto de las empresas. Sin embargo, dado lo extenuante de las jornadas, y lo duro de las condiciones laborales, muchos no resisten, y la rotación de trabajadores es muy alta. Además, en los últimos años hubo una ola de suicidios. De manera regular, los trabajadores de Foxconn están obligados superar las 36 horas semanales de horas extras que son permitidas como máximo en China (The Economist, 27/05/10). Según una investigación realizada por Apple, un tercio de los trabajadores de la planta de Longhua excedía las 60 horas semanales. En el resto de las empresas las cosas funcionan de manera similar. En especial, padecen una alta tasa de explotación los millones de trabajadores que vienen del campo, carentes de papeles y de casi todos los derechos. En 2002 había unos 95 millones de empleados en trabajos urbanos irregulares, sobre un total de 244 millones de trabajadores urbanos. Debe tenerse en cuenta que el empleo informal -comprende autoempleados, microemprendimientos, trabajadores con contratos temporarios, trabajadores domiciliarios y jornaleros- está enteramente en el sector privado, esto es, capitalista. Se estima que el sector informal tiene aproximadamente la mitad de los trabajadores; el empleo informal aumentó desde 32 millones en 1995 a 125 millones en 2004, lo que representaba el 47% del empleo (datos del Banco Mundial).
Por otra parte, la insalubridad y las enfermedades laborales parecen estar extendidas. En 2000 el Ministerio de Salud reconocía que en muchas empresas los dueños “sacrifican la salud de sus trabajadores para hacer dinero” (declaración del vice ministro de Salud, Yin Dakui). La neumoconiosis (una enfermedad mortal, también conocida como el pulmón negro), afectaba a comienzos de los 2000 al menos a 420.000 trabajadores; se consideraba que había matado a 130.000, y se reportaban entre 15.000 y 20.000 casos nuevos por año (People’s Daily, 28/02/00).
El sistema de seguridad social también ha sufrido un cambio considerable. En 1978 la edad de jubilación de las mujeres era 50 años, de los hombres 60, y las jubilaciones cubrían el 78% de los asalariados urbanos. Dado que en campo los ancianos dependían de sus familias, solo el 19% de la fuerza laboral total estaba protegida por la jubilación estatal; pero de todas maneras se trataba de un logro importante para un país atrasado como China. Había habido mejoras en la atención de la salud, campañas masivas de prevención y cuidados, y mejoras en sanidad y agua. Hoy el panorama ha cambiado, y el sistema de seguridad social se asemeja al de cualquier otro país capitalista atrasado. Es que desde la implementación de las reformas, y con la profundización de las desigualdades, el Estado se retiró aún más de los servicios sociales en las zonas rurales, y también desatendió a los trabajadores precarizados, o que pasaron a estar por su cuenta (Rutten, 2010). En consecuencia, se calculaba que en 2002 el 50% de los ancianos de las áreas urbanas, y el 80% de las áreas rurales, no tenían ahorros y dependían de sus hijos o familias para sobrevivir (los hijos están obligados a mantener a los padres). Más del 57% del total de ancianos dependían de sus familiares; un 25% de sus propios ingresos, y solo el 2,2% podía vivir de la seguridad social (Global Action on Aging, Economic Information Daily, 26/06/02). En años más recientes, se calcula que un 40% de la población tiene pensiones, lo que representaría una mejora (Rutten, 2010). Pero aún así, es una cifra muy baja.
Por otra parte, se perpetuó y consolidó la división entre la ciudad y el campo en las mismas ciudades (Rutten, 2010). Es que la amplia mayoría de los trabajadores rurales no están habilitados para tener residencia urbana, por lo cual no pueden reclamar los beneficios del sistema de seguridad social urbano. Muchos trabajadores migrantes retienen por ello los lotes en el campo para sustituir la falta de seguridad social. Además, el sistema de seguridad social chino subraya los derechos de los trabajadores estatales por sobre los derechos de los empleados en el sector privado. Si bien formalmente el seguro para el cuidado básico de la salud cubre a todos los trabajadores urbanos (menos los autoempleados), se considera que la cobertura real de la salud declinó entre 1998 y 2003. En las zonas rurales la situación es aún peor. Paralelamente, se asiste a una creciente privatización de la salud y la educación, tanto porque el Estado dejó de financiar los centros de salud y educativos, como por la aparición lisa y llana de empresas privadas en estos sectores. Por ejemplo, en una entrevista, realizada en 2007, el director de un hospital de Beijing señalaba que el financiamiento del gobierno solo cubría el 2-3% del gasto anual, y que en términos económicos, ya no era un hospital público (Beijing Review, 1/03/07). Muchos casos semejantes han sido denunciados. Como resultado de estas evoluciones, habrían resurgido enfermedades epidémicas, que habían sido desterradas luego de la Revolución (Rutten, 2010). También en educación se han hecho sentir las reformas pro-mercado. Si bien desde 1978 aumentaron significativamente la tasa de alfabetización, y de alumnos en los niveles primario y secundario, también se privatizó en buena medida la enseñanza. A igual de lo que sucede con la salud, el Estado dejó de financiar, y las direcciones de los colegios cobran tarifas cada vez más elevadas; con lo cual muchos también embolsan buenas ganancias. En 2004 se señalaba que la educación había sido la segunda actividad más rentable en China el año anterior (la primera era inmobiliaria), y también una de las más corruptas. “Los beneficios ilegales provienen de los más de 300 millones de niños que dependen de la educación pública primaria y de sus familias que tienen que pagar las tarifas” (The Epoch Times, 2/3/04). Ese año las estadísticas indicaban que China usaba el 1,4% del total de fondos públicos educativos mundiales para sostener el 22,9% de los estudiantes del mundo (China Daily, 15/01/04). El diario agregaba que el número de estudiantes de escuelas pobres estaba aumentando constantemente. En este marco, las escuelas privadas florecen. Según el informe del Banco Mundial de 2002, en 2001 había más de 56.000 escuelas privadas, con más de 9 millones de estudiantes. Por esa época ya estaban funcionando 436 institutos de enseñanza superior privados. En el otro extremo, muchos se quedan afuera. El “Informe sobre la educación y los recursos en capital humano” del Ministerio de Educación, de 2003, señalaba que solo el 18% de la población entre 25 y 64 años había recibido educación secundaria completa, y que el 42% había recibido menos de la educación primaria. Más del 30% de los estudiantes de zonas rurales que estaban habilitados para ir a colegios secundarios, no podían hacerlo.
En conclusión, todo indica que China hoy es un país capitalista. Las leyes del mercado se hacen sentir de forma creciente en todos los rincones. Crecen las contradicciones de clases, junto a la polarización social. Incluso desde el punto de vista ideológico, el PC Chino ha dejado de lado el discurso sobre el socialismo, para enfatizar el aspecto nacional. Su base social son los altos funcionarios que se benefician con los negocios capitalistas, o la administración de las empresas ligadas al Estado, y las nuevas clases medias. Por todo esto, los conflictos entre la inmensa masa explotada, por un lado, y los capitalistas y el gobierno, por el otro, responden cada vez más a la lógica de la lucha de clases, propia de todo modo de producción capitalista.
Textos citados:
Cohen, S. F. (1973): Bujarin y la revolución bolchevique, Madrid, Siglo XXI.
Hu Jing (2008): “A Critique of Chongquing’s ‘New Land Reform’”, China Left Review Nª 1, enwww.chinaleftreview.org.
Kwan Lee, C. y M. Selden (2007): “China’s Durable Inequality: Legacies of Revolution and Pitfalls of Reform”, The Asian-Pacific Journal: Japan Focus”, en www.japanfocuos.org.
Li, S. y C. Luo (2008): “Growth Pattern, Employment and Income Inequality: What the Experience of Republic of Korea and Taipei, China Reveals to the People’s Republic of China”, Asian Development Review, vol. 25, pp. 100-118.
Rutten, K. (2010): “Social Welfare in China: The role of equity in the transition from egalitarism to capitalism”, Asia Research Centre, CBS, Copenhagen Discussion Papers 32, March.
The Economist: “Capitalism confined”, September 3rd 2011.
Vodopivec, M. y M. Hahn Tong (2008): “China: Improving Unemployment Insurance”, World Bank, Discussion Paper Nº 0820, July.

Fuente: lapatilla.com

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