miércoles, 17 de abril de 2013

Héroe de Boston vivió en carne propia el dolor de perder un hijo en la guerra

JULIE K. BROWN


Hace nueve años, Carlos Arredondo se convirtió en una de las imágenes emblemáticas del país durante la guerra de Irak.
Carlos Arredondo, quien estaba en la meta del 117 Maratón de Boston cuando ocurrieron dos explosiones, deja la escena de las explosiones el lunes en Boston. Darren McCollester / Getty Images


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Carlos y Melida Arredondo marchan 12 de noviembre del 2007 en Miami Beach en honor a su hijo, Alexander Scott, quien murió en Irak en el 2004. Arredondo se convirtió en un héroe el lunes cuando ayudó a las víctimas de las explosiones en el Maratón de Boston.


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Cubierto de vendas, con la piel en jirones, cicatrices en las piernas y su corazón quebrantado, Arredondo parecía reflejar la locura brutal y la miseria de las familias que habían perdido a un ser querido en la guerra contra el terrorismo. Al escuchar la noticia de que su hijo primogénito había muerto en Irak, Arredondo, que vivía en Hollywood, se roció a sí mismo y una camioneta militar con gasolina y luego se prendió fuego con un soplete.
Estuvo a punto de morir ese día de agosto del 2004, pero Arredondo, que más tarde se mudó a Massachusetts, no dejaría que su hijo muriera en vano.
Arredondo surgió de nuevo el lunes en Boston, en medio del caos de los atentados del maratón, esta vez con la apariencia de un extraño con un sombrero de vaquero que poca gente olvidará.
Con sus largos mechones de cabello negro alborotado asomando por debajo del sombrero, Arredondo fue captado por camarógrafos y fotógrafos, transportando frenéticamente a un hombre delgado, cubierto de sangre, cuyas piernas habían sido mutiladas por la explosión. Mientras movía la silla de ruedas del hombre a través de los escombros, le aplicaba una mano en la pierna para asegurar un torniquete que había hecho con una camiseta abandonada que encontró en la calle.
Más tarde recordaría haberle dicho al joven: “Vamos a orar a los ángeles ahora”, urgiéndole a permanecer consciente.
Con la voz temblorosa, Arredondo, de 52 años, narró la masacre a los periodistas. Desplegó una pequeña bandera de Estados Unidos que llevaba en memoria de su hijo, ahora empapada en sangre. Explicó que llegó al maratón para apoyar a un amigo que corría en homenaje a los soldados muertos en actos de servicio.
El hijo de Arredondo, Alexander, tenía sólo 20 años cuando murió durante una misión para proteger un edificio de dos pisos en Najaf, Irak. Bajo fuego intenso, los últimos momentos del joven soldado de la Marina encontraron eco en la valentía de su padre. Alexander fue muerto de un disparo por un francotirador mientras caminaba alrededor del edificio para comprobar si los otros miembros de su escuadrón se encontraban bien.
Murió, dijo su comandante, mostrando “los mayores niveles de altruísmo y valentía”.
Cuando el van militar se detuvo en casa de Arredondo el 25 de agosto del 2004, Arredondo se levantó de donde estaba pintando una cerca, e inmediatamente pensó que podría tratarse de su hijo en una visita de sorpresa. Ese día Arredondo complía 44 años.
Cuando los tres marines le informaron de la muerte de su hijo, Arredondo, según sus propias palabras, “se volvió loco”. Agarró un martillo, rompió el parabrisas del van y luego agarró una lata de gasolina, roció el van y se metió dentro con un soplete. El van estalló en llamas y Arredondo sufrió quemaduras de segundo y tercer grados. Fue hospitalizado durante diez meses y tuvo que asistir al funeral de su hijo en una camilla.
Su intensa reacción de dolor fue noticia nacional y dio lugar a un debate sobre si debía ser acusado de un delito. Posteriormente, fue perdonado por el ejército y el Hospital Jackson Memorial se hizo cargo de sus facturas médicas. Pero las quemaduras lo dejaron tan debilitado que se vio obligado a dejar su trabajo como empleado de mantenimiento. Junto con su segunda esposa, Melida, se trasladó a la zona de Boston y comenzó a viajar por el país promoviendo la paz.
Tuvo éxito en una campaña para que la oficina de correos de su ciudad fuera rebautizada en honor de su hijo. Asistió a los funerales de otros soldados caídos y recorrió más de 100,000 millas en su camioneta Nissan, participando en manifestaciones contra la guerra realizadas en Washington, DC, Nueva York, Boston y durante la Convención Nacional Republicana del 2008 en St. Paul. Fue golpeado en una manifestación contra la guerra en Washington, en el 2007.
Crearon una beca en nombre de Alex y enviaron paquetes a los soldados en Irak. Pero quizás una de las imágenes más emocionantes de su dolor fue el monumento que improvisó a su hijo: un ataúd que contenía sus botas militares, su uniforme y su Corazón Púrpura. Su padre arrastró el memorial móvil a través de 26 estados en los últimos nueve años.
“Siempre que haya marines que luchen y mueran en Irak, voy a compartir mi duelo con el pueblo estadounidense”, dijo una vez a The New York Times.
Arredondo, natural de Costa Rica, emigró a Estados Unidos cuando tenía 19 años. Trabajó como conductor de autobús, jardinero y empleado de mantenimiento. En 1983, se casó con su primera esposa, Victoria, y un año más tarde, nació Alex. Su segundo hijo, Brian, nació en 1987. La pareja se divorció y Victoria se trasladó a Maine con los niños. Arredondo se quedó en Boston y se volvió a casar. En el 2002, antes de terminar la escuela secundaria, Alex se alistó en la Infantería de Marina. Sirvió durante nueve meses hasta agosto del 2003, pero fue llamado de nuevo al servicio en mayo del 2004.
Arredondo y su nueva esposa se mudaron a la Florida, instalándose en una modesta casa en 5430 Tyler St., en Hollywood. Sólo llevaban viviendo allí tres meses cuando los infantes de marina llegaron en uniforme azul para decirles que su hijo había sido muerto.
Los Arredondo regresaron a Boston para estar cerca de su hijo Brian, que estaba abatido por la muerte de su hermano. Brian sufría de depresión severa y terminó teniendo problemas con la policía.
Los esfuerzos de la familia para que recibiera tratamiento fracasaron, y en el 2011, Brian Arredondo se suicidó. Tenía 24 años.
“Nuestros corazones están rotos”, dijo Carlos Arredondo a The Boston Herald un mes después del suicidio.
Pero hoy es “un verdadero héroe”, dijo un testigo a ABC News, después de ver a Arredondo lanzarse a ayudar a los espectadores que habían sido heridos.
“Saltó sobre la cerca, incluso antes de que hubiera policías, y trató de ayudar a la gente”.
Fuente: el Nuevo Herald
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