El caso no fue reportado a la policía en Kuwait porque yo no conocía al perpetrador y no sabía cómo pedirle ayuda a las autoridades. Estaba trabajando como empleada doméstica para una familia kuwaití. No sabía hablar el idioma ni conocía las costumbres locales. No supe a dónde ir o a quién pedirle ayuda. Mis empleadores no ayudaban. Me llevó dos meses de súplicas para que me dejaran partir.
Cuando regresé a Kuwait di a luz a una niña que es físicamente discapacitada. Ya tiene casi tres años de edad.
Después de regresar a casa mis padres le preguntaron a mis suegros si estarían dispuestos a aceptar al bebé como suyo. Después me dejaron quedarme con ellos. Yo había estado enviándoles dinero desde Kuwait.
Pero después de tres o cuatro días su conducta cambió súbitamente. Dejaron de hablarme y comenzaron a insultarme e incluso a golpearme. Querían que me fuera de su casa pero me negué. Ellos tomaron todas sus cosas de la casa y se fueron. Ahora se están quedando en otra parte, no sé dónde; se llevaron a mi hijo de ocho años.
Mi esposo también dejó de hablarme. Sé que ya no me quiere ni me desea. Mis suegros amenazaron con vender la casa donde estoy viviendo pero ahora pedí ayuda legal, gracias a una ONG, y logré detener la venta de la propiedad.
La mayoría de la gente que me conoce y que sabe lo que he pasado me trata diferente. No me dan trabajo. Se burlan de mí y dicen que traje al 'niño de un musulmán'.
Ésta es una de las razones por las cuales no consigo trabajo pagado y he tenido que viajar distancias largas donde la gente no conoce mis antecedentes. Mi vida es muy dura, pero tengo que seguir viviendo, porque no puedo morir.
Ya acepté mi destino. Mis padres también son pobres y no pueden ayudar, además de ofrecer su apoyo moral. Algunos parientes distantes de mi esposo son muy amables y compasivos conmigo. Me han permitido trabajar en una porción de su tierra y así es como estoy tratando de alimentarnos, a mí y a mi hija".
Fuente: BBC
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