lunes, 2 de enero de 2012

El K. O. del Protocolo de Kioto


En la Cumbre de Río (1992), algunos grupos insistían en que había mucha contaminación atmosférica y que eso no era bueno para el planeta. No había que estrujarse mucho el cerebro para llegar a esa conclusión, pero cuando la evidencia tropieza con los intereses económicos, la evidencia siempre tiene que dejarle paso y hasta cambiar de acera. En Kioto (1997), se estableció un acuerdo mundial para que en el 2012 hubiese un 5% menos de emisión de gases de efecto invernadero (GEI), que en 1990. Esto parecía un gran cambio, aunque a veces, los grandes cambios se hacen para dejarlo todo igual.
El presidente Bill Clinton (que ahora tiene una fundación de lo más ecológica y quiere recibir los mismos premios que el que fue su vicepresidente) y Al Gore (que ya ha desaparecido del mapa, después de haber recibido el Premio Príncipe de Asturias, el Nobel, y 70 millones de dólares. La Junta de Andalucía conoce bien su caché por discursar) se negaron a ratificar el Protocolo de Kioto. Bush Jr. y Obama, tampoco estamparon sus firmas. Así que EE. UU. de Kioto no quiso saber nada y siguieron lanzando sus humos al aire, sin pagar un centavo. No como en Europa, que sí lo ha pagado todo.
En el 2005 los países del Anexo I, es decir, los considerados desarrollados, tenían que empezar a aplicar nuevas normas para contaminar menos. Y si se pasaban de la raya, tenían que pagar sanciones, o invertir en Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL), que consistía en pagar procedimientos tecnológicos en países del no Anexo I, es decir, en los países considerados no desarrollados, para disminuir sus aportaciones contaminantes a la atmósfera.
Pero he aquí que Canadá acaba de abandonar el Protocolo de Kioto y Japón y Rusia han indicado que siguen el mismo camino.
China se ha enfadado mucho con esas decisiones. ¿Cómo es que China se ha vuelto tan ecológica?
España, que no cumplía con el Protocolo de Kioto ni de casualidad, ha acabado siendo ejemplar. Aunque ese logro se debe, desgraciadamente, a los cientos de miles de empresas que han cerrado y el consecuente descenso en el consumo de energía.
Los países que abandonan el Protocolo afirman que lo hacen porque es absolutamente inútil. Es cierto que el Protocolo impone una reducción de emisiones de GEI en los países del Anexo I, pero no impide que las empresas de los países del Anexo I encarguen sus trabajos en los países del no Anexo I, y la contaminación atmosférica se produzca allí. Y he aquí, que como el planeta es redondo y cerrado, los humos siguen yendo de acá para allá y la contaminación no disminuye.
Teresa Ribera, exsecretaria de Estado de Cambio Climático, defiende el Protocolo de Kioto. Pero muchos piensan que ello se debe a la pura inercia grupal, a la estrategia fotográfica de aparecer donde esté la mayoría y por horror al uso de la primera persona del singular, en foros mundiales.
Del mismo modo, es fácil comprender que China abogue por el Protocolo de Kioto. Más del 75% de las inversiones mundiales en los MDL han ido a parar a China y a India, y a ellos no les ha amargado el dulce de ser los receptores (gratis total) de las inmensas inversiones extranjeras para que sus fábricas sean menos contaminantes y la energía les salga más barata.
La táctica siempre busca la estética. Como decía otro analista financiero, no es lo mismo ofrecer una inversión en un Fondo Estratégico Optimizado de Alta Gama que en un Fondo de Desempleados Pobres de Dudoso Beneficio. Aunque sean el mismo producto. ¡El valor de la literatura!
Pero aquí no acaba el tema, la Unión Europea (UE) dice que para 2050 reducirá entre un 80 y un 95% las emisiones de GEI con respecto a 1990, aunque para ello haya que usar energía nuclear. ¿Significa este anuncio que todas las industrias europeas se van a reubicar en China, India y Brasil? ¿Cuantos Fukushimas harán falta para que la UE cambie de opinión?
Si todo lo que se lleva invertido en el Protocolo de Kioto se hubiese aportado (o se aportara) para desarrollar tecnología que obtenga energía limpia a partir de la fusión nuclear, u otras energías renovables, o el mismo hidrógeno, ya no habríamos reducido el 5% de la contaminación atmosférica por GEI, sino el 100% y en todo el mundo. Y sobre todo, seríamos ciudadanos de sociedades más libres. La mantenida dependencia del petróleo y del gas natural nos esclaviza a todos y obliga la sumisión de toda la economía y, por ende, de toda la política. Salir de la crisis requiere el abandono de los combustibles fósiles. Hasta el embajador de la República de los Cocos lo sabe. Habrá que llamarlo.
Fuente: diariosur.es

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