Laura Plitt
Para la gran mayoría de los soldados británicos desplegados en
Afganistán, no hay mejor noticia que cuando les dicen que la misión que están
llevando a cabo ha llegado a su fin, y que, por lo tanto, ya pueden volver a la
casa.
Sin embargo éste no es el caso del cabo David James, quien sintió tal
fascinación después de haber pasado dos temporadas en ese país al servicio del
ejército británico, que decidió regresar con su familia e instalarse en tierras
afganas.
Aunque después de intentarlo durante tres años, su plan de vivir allí y
montar una empresa de turismo no funcionó y hacia finales de 2011 se vio forzado
a volver a Gran Bretaña, todavía no pierde las esperanzas de regresar.
"No se parece a ningún otro lugar de la Tierra. Llegué en 2002 y sentí como
si estuviera retrocediendo en el tiempo", le dice James a BBC Mundo, recordando
la primera vez que puso un pie en Afganistán.
"La gente es fabulosa, muy amigable, muy hospitalaria; y las montañas, los
desiertos, los ríos y los bosques le confieren al lugar una cualidad mágica que
te hace sentir en los límites de la civilización", añade.
Optimismo contagioso
Pero no fue solamente el paisaje o la calidez de la gente lo que motivó a
este soldado a iniciar una nueva vida en ese país.
Imbuido por el optimismo de los locales y convencido de que las fuerzas
militares estaban eligiendo la senda equivocada para resolver los problemas que
aquejaban a los afganos, James decidió establecerse en el noreste del país para
intentar revivir la era dorada del turismo de montaña que llegó a un drástico
fin con la invasión soviética de 1979.
"Cuando regresé a Kabul en 2004 me decepcionó mucho la falta de progreso. Se
invirtió mucho dinero en proyectos de desarrollo, pero la mayoría se utilizó
para pagar a consultores internacionales, crear ministerios, montar oficinas con
aire acondicionado... cuando lo que la gente quería y necesitaba en realidad
eran pozos de agua más profundos o empleos", recuerda.
"Por otra parte, en ese momento yo estaba trabajando en la unidad
antinarcóticos y me fui dando cuenta cómo el problema del opio era un tema de
negocios. Esa era la única manera de hacer dinero, era una inversión rentable y
segura. Por eso, si el objetivo era acabar con los cultivos de opio, era
necesario crear empleos y ayudarlos a buscar otras formas de hacer dinero".
Fue la falta de iniciativas acertadas, al menos en su opinión, lo que hizo
que se decidiera a fundar, con la aprobación y participación de la comunidad
local, una empresa de turismo de montaña.
El encuentro con lo distinto
Angharad, esposa de James y enfermera pediátrica de profesión, se ocupó de
ayudar a las mujeres a vender sus artesanías a los turistas que viajaban a la
zona.
El lugar elegido fue el corredor de Wakhan, una pequeña franja en el noreste
que limita con Tayikistán, China y Pakistán. En esta zona, lejos de Kabul y de
la notoria provincia de Helmand -acostumbradas a la violencia de la insurgencia-
el Talibán no tiene presencia.
"Es una región muy diferente, es el 'otro' Afganistán" del que los medios
nunca hablan, le dice James a BBC Mundo.
"Los locales han escuchado sobre Kabul, pero nada de lo que ocurre allí tiene
ninguna relevancia para ellos".
"Es un lugar por el que casi no ha pasado ningún soldado extranjero",
agrega.
Y quizá por esta razón, y por el hecho de que James fue con su esposa
-también británica- embarazada y su hijo de poco más de un año, que apenas
llegado se integró rápidamente a la comunidad.
Turismo de paz
Una de las primeras tareas a las que se abocó fue dar a conocer las
actividades turísticas que podían realizarse en la zona. También se dedicó a
elevar el perfil del corredor de Wakhan, demostrando que era una zona segura,
accesible, rodeada de montañas, ávidas de montañistas deseosos de escalar.
Tras meses de trabajo, las expediciones comenzaron a llegar de la mano de
artículos, blogs, y películas que hablaban maravillas de esta región olvidada de
Afganistán.
Sin embargo, el éxito de la empresa duró poco, "el avance de las operaciones
de contrainsurgencia de Estados Unidos en 2010 empujó la violencia concentrada
en el sur hacia zonas que antes eran pacíficas", explica James.
"Nuestro objetivo no era desarrollar turismo de guerra para la gente que le
gusta viajar a zonas de riesgo, esquivar balas y sentir la adrenalina en el
cuerpo sino todo lo contrario", dice.
"Y aunque todavía hoy no hay rebeldes ni presencia del Talibán en el corredor
de Wakhan, "la insurgencia se está acercando cada vez más".
James y su equipo sintieron que ya no podían garantizar la seguridad de sus
montañistas y dieron por finalizado el proyecto hacia finales de 2011.
"También pesó el factor de que nunca pudimos conseguir el financiamiento que
necesitábamos para desarrollar el negocio y dejarlo en manos de los locales",
dice.
Éxito a medias
No obstante, James no considera que el proyecto haya sido un fracaso
absoluto. Muchos montañistas de renombre han regresado al corredor de Wakhan -lo
cual ha generado un considerable ingreso de divisas que resultan clave en una
economía basada en la subsistencia- y han compartido sus experiencias por
internet.
"Cada expedición significa un cambio importante para esta gente que vive en
una de las sociedades con el índice de mortalidad infantil más alto del mundo",
añade.
De faena
La economía en la comunidad es básicamente de subsistencia. En la foto, vemos
como un grupo de niños trabaja en la cosecha de arvejas.
"Este año, se cree que será uno de los mejores hasta la fecha en términos de
turismo, lo único que me apena es que, en Afganistán, no se les da apoyo a las
empresas exitosas, sino que son los fracasos los que atraen dinero", le dice a
BBC Mundo con cierta nostalgia.
Por el momento James no tiene planes de regresar, excepto de visita. Pero aún
guarda recuerdos imborrables de estos últimos diez años, en los que su vida y la
de su familia estuvieron ligados íntimamente con Afganistán.
"Todavía me acuerdo con cariño de aquellas tardes sentado en la terraza
mirando el atardecer con mis vecinos afganos, tomando té y hablando del
potencial del futuro".
Fuente: bbc.co.uk
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