Karen Marón
Homs
Desde el comienzo de la crisis en Siria hace once meses, Homs, la tercera capital en importancia del país por la riqueza de su industria petrolera, se convirtió en el mayor desafío en los 11 años del gobierno de Bashar al Asad.
Pero los enfrentamientos entre el ejército sirio y los grupos armados irregulares que buscan derrocar al presidente no son las únicas batallas que se pelean en sus calles. Por el contrario, el conflicto en esta ciudad arrastró a las propias comunidades religiosas que tratan de mantener la histórica convivencia social.
Los diversos grupos que habitan Homs son un reflejo de la complejidad siria. La mayoría es musulmana sunita, pero existen también minorías considerables de cristianos y alauitas, una secta heterodoxa musulmana –chiíta- a la que pertenece la familia de Al Asad y en la que basa gran parte de su liderazgo.
Aunque algunos alauitas apoyan el levantamiento y algunos sunitas todavía respaldan al gobierno, ambas comunidades se ubicaron mayoritariamente en lados opuestos de la revuelta.
En Damasco, el gobierno ha denunciado que las pugnas entre comunidades religiosas son instigadas por Qatar, Arabia Saudita y Turquía, entre otros.
En Homs, algunas calles se han convertido en fronteras demasiado peligrosas. El miedo es tan pronunciado que los alauitas llevan cruces cristianas para evitar ser secuestrados o asesinados al pasar por los barrios sunitas más conflictivos, donde operan las bandas armadas extremistas.
Viajes en buses turísticos
Al ingreso en la ciudad, solo son visibles precarios puestos de control militar. Algunos están protegidos por montículos de bolsas de arena y otros fueron fabricados con chapa de aluminio. En cada uno están apostados dos o tres soldados y un civil armado.
Pero estos hombres y sus armas no parecen ser suficiente para controlar la situación que se cierne en lo profundo de los barrios aledaños.
Sobre la calle Al-Ghota, la avenida principal donde se enclava un barrio mixto de cristianos y musulmanes, todos los comercios están cerrados.
Algunos propietarios que viven del otro lado de la urbe tienen miedo de trasladarse por los ataques y secuestros de los grupos armados irregulares y otros deciden adherirse a la huelga obligatoria que les imponen los fundamentalistas. Es un barrio fantasma, donde aunque se quiera hablar, está prohibido.
Al menos Alhameedy, el tradicional mercado de Homs, vibra al ritmo de sus comerciantes y de los compradores que le imprimen a la ciudad una sensación de normalidad. Aunque las calles estén atestadas de basura porque los recolectores temen ser atacados.
Todos los movimientos de los periodistas que han sido "bendecidos" con la visa del Ministerio de Información -que se puede renovar cada cuatro días luego que todos los artículos publicados son analizados hasta la última palabra- llegan a Homs desde la capital en un bus turístico que solo para en los lugares que el gobierno quiere mostrar.
Los viajes que realizan dos veces por semana tienen como escala obligatoria el Hospital Militar y el Hospital de Homs donde concentran a manifestantes pro Assad para vitorear su nombre y pedir a los gritos mayor participación del ejército en la "lucha contra el terrorismo" que pregona el gobierno sirio.
Las explosiones y las balaceras son constantes, pero solo nos está permitido escucharlas a la distancia.
El control para trabajar aquí es estricto y nadie pierde pisada de cada movimiento de los periodistas. Del otro lado de "lo permitido", se produce una de las operaciones militares de gran escala que no distingue entre milicias armadas y población civil, cuyo saldo es una crisis humanitaria que deja miles de personas muertas
Trabajo de francotirador
Pero el conflicto existe también de este lado. En el hospital militar de Homs, Mohammed Fuad, un soldado de 22 años, yace sobre una cama herido en la cabeza y con quemaduras graves en ambas manos. Un grupo armado no identificado interceptó su vehículo y le disparó. Una emboscada bien preparada, donde se usaron pistolas y explosivos. En estado de shock por la situación, Fuad dice no entender lo que sucedió y espera a su padre.
Al otro lado de la habitación, Mohammed Alush, de 35 años, distribuidor de verduras, está en un estado delicado. Sus brazos y piernas fueron destrozados en una balacera, también consecuencia de una emboscada. Fue trasladado a este hospital porque no hay camas disponibles en los centros de salud para civiles.
Alush, que estaba en su camioneta repartiendo papas, fue interceptado junto con su compañero de trabajo en el barrio de Tal Alshar. Tres personas enmascaradas cruzaron un vehículo y dos de ellos empezaron a disparar. "No entendemos qué sucede aquí. Queremos que regrese la paz y la seguridad", dice en voz baja. El joven está casado, tiene cuatro hijos y es alauita.
La minoría alauita representa el 15% de la población siria y goza del respaldo del gobierno.
Cuando se le consulta a Alush si el ataque tiene que ver con su religión, dice no saber. Sin embargo, los sunitas radicales amenazan a los alauitas por su continuo apoyo al Al Asad, lo que aumenta la tensión religiosa.
"Diariamente se reciben entre 15 y 20 heridos desde el inicio de los incidentes y el número de muertos que salieron de aquí es de 785 soldados", confirma el doctor Alí Mohammed Assi, director del Hospital Militar de Homs.
"Pero lo que se ha incrementado en los últimos tiempos son los disparos en la cabeza y la parte superior del cuerpo y eso es especialidad de los francotiradores", explica Assi.
Todo esto se observa desde Damasco con estupor.
"Espero que los grupos armados no lleguen hasta aquí. Es lo peor que nos pueda suceder a todos los sirios", me dice Alí, un joven abogado que vive en la Ciudad Vieja de Damasco, cuando regreso de Homs a la principal ciudad siria.
Cuenta la leyenda que el profeta Mahoma se rehusó a entrar a Damasco diciendo que "al paraíso solo se accede en el momento de morir". Hoy, los millones de habitantes de la capital, estén a favor o en contra del régimen, temen por sus vidas y quieren seguir en su paraíso.
Fuente: bbc.co.uk
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